Hoy, 26 de abril, celebramos el Día de la Visibilidad Lésbica: visibilizarse es existir. Y existir es respirar.
El amor llega cuando menos te lo esperas, sobretodo cuando tu cuerpecito ha crecido y tu mente se está abriendo a la vida y al mundo. Y llega cuando todo está por descubrir, cuando las emociones se convierten en algo más sofisticado que el miedo, la ira, la alegría o la tristeza, cuando los impulsos te llevan a ir un poco más allá de lo conocido, mientras todo parece dentro de la normalidad y no hay estímulo externo alguno que te frene o ponga impedimentos más allá de cualquier: “cuidado, que por ahí te harás daño”.
Sin embargo, de ese “por ahí te harás daño” nadie nos alertó, porque ese lugar era el mismo mundo que habitábamos. Descubrirse lesbiana entonces fue el frenazo que paraba la natural marcha de la vida en el instante que una misma se daba cuenta de que tenía delante un precipicio, que no había marcha atrás, y que el paisaje a partir de entonces se convertía en algo peligroso. Y no es que ser lesbiana entrañe más peligros que ser mujer heterosexual, era la mirada ajena, que lo convertía en un estigma envuelto en locura.
Y para evitar el peligro, me orillé. Dí unos cuántos pasos de lado buscando un lugar seguro, y en ese acto me alejé de la vida como se aleja cualquier animal que se esconde en su madriguera. Me alejé de lo que me correspondía por derecho: libertad, espontaneidad, complicidad con mis semejantes, seguridad, transparencia, todo eso que te hace ir ligera y despreocupada, todo eso que sirve de puente hacia y con los demás. Y en nombre de una falsa protección llegan las mentiras, las excusas, los retorcimientos de palabras y de sentimientos. El disimulo, el teatro. El miedo. Y llega la soledad y el mundo se vuelve cada vez más oscuro. Y las pérdidas caen sobre tu cabeza lastimándote. Y mientes en casa, y mientes fuera de casa, y aunque el tren de la vida te sigue llevando, hace tiempo que abandonaste las riendas de tu destino.
Por todo esto celebramos el Día de la Visibilidad Lésbica, porque no hay justicia en el hecho de robarnos el derecho a existir y la libertad de ser. Padres, madres, hermanos y hermanas, familia al completo, amistades, compañeros de instituto, universidad o trabajo, vecinos, educadores, personal sanitario o cualquier persona con la que convivimos: sabed que la diversidad sexual existe y es natural. El lesbianismo es un hecho y si no lo tienes en cuenta y respetas con la naturalidad que despliegas con cualquier otro hecho humano, puedes convertirte en cómplice de una vida difícil y oscurecida por tu plácida mirada heteronormativa, construida desde los prejuicios y la ignorancia de la realidad.
La lesbofobia fue un virus extendido que nadie trató de frenar, una inconsciencia colectiva que sufrimos la humanidad en su conjunto, una pandemia no reconocida, hasta que el amor propio de cientos de mujeres alzó la voz tan fuerte que introdujo otra mirada, otro criterio. Hasta que nuestra capacidad para la resiliencia nos llevó a ponernos en pie y salir a la luz como reivindicación, y a sentirnos con derecho a vivir en libertad. Hasta que decidimos curar nuestras heridas, arañazos del vivir en una sociedad que nos juzgó como enfermas o inadecuadas, invertidas o de feminidad dudosa, monstruosas y rechazables por estar al margen de las leyes naturales, unas “leyes naturales” inventadas por una cultura artificial. Hasta comprender que lo enfermo colonizaba la humanidad entera y que con nuestro existir cambiaríamos el futuro.
Ser lesbiana nos exige ser visibles, con ello despejamos el camino a millones de mujeres que hoy caminan sin saber que, quizá, un poco más adelante se van a encontrar con el precipicio de la incomprensión y la ciega intolerancia.
Visibilidad Lésbica
