Mar Tornero, Vicepresidenta del Colectivo GALACTYCO
La Educación siempre ha sido un motor de cambio y se ha utilizado para adoctrinar cuando se ha pretendido conseguir que ciertos objetivos ideológicos empaparan el pensar y el sentir de la sociedad. La historia nos ha dejado algunos ejemplos nefastos de ello, todos los gobiernos totalitarios se han apropiado de la educación para transformarla y colocarla a su servicio.
Esto ocurrió en España al estallar la guerra civil: uno de los principales focos en los que centraron su destructiva acción los golpistas fueron los maestros y maestras, esas personas que estaban entregadas en cuerpo y alma a ofrecer progreso educativo. Los que no fueron asesinados, acabaron en el exilio, y los que pudieron permanecer aquí se vieron obligados a hacerlo con la palabra adaptada, sometidos a un régimen que instauró una educación contraria al progreso de un óptimo desarrollo de la persona, dentro de un ambiente de diversidad cultural, creativa, tolerante y respetuosa, centrándose en una educación puramente dogmática, estrecha y limitada a potenciar valores humanos que a día de hoy resultan infantiles, castrantes y nefastos para cualquiera que no se amolde a una única manera de ser, pensar, sentir y vivir. La Libertad, ese hermoso concepto, quedó sepultada bajo toneladas de escombros.
Tras los cambios políticos a la muerte del dictador nos encontramos con una herencia educativa que, en pleno 2020, aún nos pasa factura. En esa factura podemos ver con claridad la consecuencia de todo el dogmatismo inyectado en sangre que durante 40 años se transmitió a toda una generación, y con ésta a sus hijos.
Personalmente, tuve la ingrata experiencia de estudiar en un colegio religioso concertado, solo para mujeres y regentado por monjas, a quienes molestaba alguien como yo. Es sólo una de las millones de experiencias que sufrimos los que hoy somos adultos, hijos e hijas de un final agonizante de dictadura y una Transición que en nombre de la paz, trasladó al futuro males imposibles de erradicar entonces.
Luché como supe y pude, en absoluta soledad, contra todo ese adoctrinamiento que destruía mi persona, al no ser posible acoplar mi ser a las estrechas expectativas de la época, extendidas en centros educativos y sociedad en general, incluida familia y entornos cercanos. Ayer, hoy y mañana, algunos de esos que me destruían, esos “hijos sanos del franquismo” con el que sistema realmente triunfó, y “sanos herederos del mismo”, nos acusan a la cara de “adoctrinamiento”, y todo ello en nombre de la libertad. Agotada como estoy de defender lo obvio: “todo el mundo tiene derecho a vivir en paz”, no puedo aunque lo intente, evitar despreciarlos. Y sin desear vivir en una trinchera constante me pregunto, a día de hoy, 18 de enero de 2020, cómo hacer para convencer a esos que no desean que sus hijos, hijas e hijes reciban educación en valores de respeto, igualdad y riqueza en la diversidad y en las libertades, que el mundo tiene que cambiar para que quepamos todos sin ser agredidos moralmente, sin que a nadie lo lancen al terreno de la marginación, la exclusión o la desigualdad, para que cada personita sienta que habita un lugar seguro en donde realizarse y dignidad y libertad suficiente para luchar por su felicidad.
La herida que deja la exclusión, la desigualdad y los juicios de valor negativos es imborrable, nunca cicatriza, y exige un trabajo constante de autoconstrucción. ¿Quieren de verdad provocar esa herida a sus hijos e hijas, posibles víctimas de estas lacras sociales? Por más que me pregunto no encuentro una respuesta razonable, sólo locura y una herencia nefasta para el respeto y el amor hacia tus semejantes. Un modo de pensamiento alejado de toda empatía, lleno de prejuicios y temores, subdesarrollado, irreflexivo, destructivo para la sociedad en su conjunto.
Después de décadas de progreso a base de desescombrar libertades tratando de sortear retrocesos, nos llega el pin parental en educación en esta Región de Murcia, tan hermosa como gris, que recrea el adoctrinamiento heredado, el que nos negó las libertades, maltrató a la población y estrechó de manera muy dolorosa la vida de millones de personas. Reflexionen, por favor, el “adoctrinamiento” de hoy es sólo la vacuna contra el adoctrinamiento de ayer: únicamente el ofrecimiento de crecer y abrir el horizonte para una mejor convivencia, pues sin un trato justo y de respeto a cada una de las personas que formamos la sociedad, nunca tendremos una convivencia indolora, siempre habrá quien sufra bajo la omnipresencia de los privilegiados que cumplen con toda la dogmática establecida, convertida en opresión.